Libros quemados en 2023 (II)

En invierno, Madrid es una ciudad dura y fría. Pero basta con que asome un rayo de sol para que todo se haga más fácil. La primavera y el otoño de la ciudad tienen algo de fiesta de todos los días. Ahora, en verano, hace en Madrid un calor de pueblo polvoriento y se diría que toda la ciudad no es sino un gran villorrio veraniego donde la colonia estival se ha hinchado fabulosamente levantando palacios y rascacielos, estatuas, y hoteles. En verano se le olvida a uno la obligación de encontrar algo, la necesidad de vivir de algo, y parece que basta con tumbarse al sol o a la sombra y salir después de las doce de la noche en busca de cualquier amigo a quien pedirle prestados veinte duros para ir tirando.
Travesía de Madrid – Francisco Umbral

La luz del otoño, muy de mañana, en Auxerre, cuando te soltaban para dejarte ir al patio de la cárcel, al agua fría, pura, de la fuente que había en el patio. Te habías inundado los ojos, el rostro, los hombros, con el agua viva de la fuente, pura y fría, y estabas empezando a secarte las manos, los hombros, el rostro, con un faldón de tu camisa. Una mujer, de pronto, se puso a cantar. Levantaste la vista. Allí, en la calle del otro lado del muro de la cárcel, al alcance de la mano, pero invisible, una mujer, cantando. Cosiendo y cantando, tal vez, qué maravilla. Todo estaba en su sitio. Las casas, las mujeres, la costura, las canciones. Este muro, este patio, estas galerías, estas celdas, tu soledad, sólo eran una parte de la realidad. Fuera, las cosas estaban en su sitio. Las mujeres, de mañana, absortas en su quehacer, seguían cantando. Te mantuviste inmóvil, alerta, y fue un instante de felicidad: una pequeña arista de felicidad entrándote en el alma, en el corazón, en la sangre, en el caudal callado de tu vida. Las casas, las mujeres, los árboles, las estaciones del año, los sueños, las empresas, las canciones, los compañeros, seguían existiendo. Mañana, esta misma tarde, podrían fusilarte, pero todo aquello seguiría existiendo. Una felicidad diminuta, brutal, te invadió.
Autobiografía de Federico Sánchez – Jorge Semprún

Iain Gately señala que, en la antigua Persia, no se tomaba ninguna decisión sin haberla tratado con alcohol, aunque luego no se ejecutara hasta ser revisada con la sobriedad del día siguiente. Por el contrario, ninguna decisión sobria se llevaba a la práctica sin haber sido antes considerada por el grupo en estado de embriaguez.
Borrachos – Edward Slingerland

Dedicatoria del libro Hijos y mitos de Alcalá que me hizo Malagón

Me di cuenta de que no era muy feliz. Le propuse dar un paseo. Sé que las cosas que callamos nos resulta más fácil expresarlas caminando que estando sentados. No tiene uno que decirlas a los ojos. Tanto el que habla como el que escucha van mirando al suelo. A veces una calle ruidosa libera el corazón de un ser humano tanto como el alcohol.
El triunfo de la belleza – Joseph Roth

El señor Ferdusi, que ya desde niño ha convivido con el arte y la belleza, contempla la realidad que lo rodea como quien mira una película de pocos vuelos en un cine barato y sucio. —Todo es cuestión de buen gusto —me dice—; lo más importante, señor, es que hay que tener buen gusto. El mundo sería otro si hubiera más gente con algo de buen gusto. Todas las cosas horrorosas —así las llama— como la mentira, la traición, el robo, la denuncia, etc., tienen un denominador común: la gente que las hace no tiene ni pizca de buen gusto. El señor Ferdusi cree que el pueblo lo superará todo y que la belleza es indestructible.
El Sha o la desmesura del poder – Ryszard Kapuściński

Pasé por el mundo como un santo caído de su altar y descalabrado. Por fortuna, algunas veces pude hallar manos blancas y piadosas que vendasen mi corazón herido. Hoy, al contemplar las viejas cicatrices y recordar cómo fui vencido, casi me consuelo. En una Historia de España, donde leía siendo niño, aprendí que lo mismo da triunfar que hacer gloriosa la derrota.
Sonata de estío – Ramón María del Valle-Inclán


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Libros quemados en 2022(II)

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Libros quemados en 2023 (I)

diciembre 31, 2023 Deja un comentario

Libros quemados en 2022 (II)

SEÑORA STOCKMANN.— Thomas, tu hermano tiene el poder.

DOCTOR STOCKMANN.— Pero yo tengo la razón.

SEÑORA STOCKMANN.— ¿Y de qué te sirve la razón si no tienes el poder?

Un enemigo del pueblo – Henrik Ibsen

John padre cogió en brazos al pequeño Johnny y lo subió a la repisa de la chimenea del salón, abrió los brazos y le dijo que saltara: —Yo te cojo. Encantado y con una sonrisa, el niño se arrojó desde la repisa, pero entonces su padre bajó los brazos y el pequeño Johnny se estrelló de cara contra el suelo. Aturdido, lastimado y sangrando por la boca, porque uno de los dientes delanteros se le había clavado en el labio, Chon aprendió la lección que su padre había querido darle sobre la confianza: No confíes. Nunca. En nadie.

Salvajes – Don Winslow

En relación con la educación de los hijos, pienso que se les debe enseñar, no las pequeñas virtudes, sino las grandes. No el ahorro, sino la generosidad y la indiferencia respecto al dinero; no la prudencia, sino el valor y el desprecio del peligro; no la astucia, sino la franqueza y el amor a la verdad; no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación; no el deseo del éxito, sino el deseo de ser y de saber

Las pequeñas virtudes – Natalia Ginzburg

Carmen Carrillo con un libro en las manos

La idea de nación que yo me hago coincide con la de los liberales de los siglos XIX y XX, que no incluía ni xenofobias ni excesivos proteccionismos, y sí la idea de mejorar el patrimonio a fin de dejar una mejor herencia a las generaciones futuras

Xavier Domingo – El vino trago a trago

Asía la botella con prudente firmeza, como si fuera una granada. El resto del día le pertenecía. Sus pensamientos se entrecruzaban con la imagen del Johnny Walker y presentía el éxtasis y el peligro. Mañana o pasado mañana, o quizá tras una semana de largas, cuando mi mujer se entere de la tragedia, quedaremos presos en una mazmorra de neurosis. Por tanto, afirmaba Bird ante la voz aprensiva que burbujeaba en su interior, tengo todo el derecho a gozar de una botella de whisky y de unas horas de esparcimiento.

Una cuestión personal – Kenzaburō Ōe

Tengo en mi memoria la imagen de los maestros que me enseñaron que el progreso humano existe sólo por una razón: porque hay hombres que creen que el sufrimiento y el esfuerzo ofrecen a las sociedades civilizadas un horizonte esperanzado de vida y un digno sentido histórico […] El día en que ya no creamos en el valor redentor de nuestras obras y de nuestro trabajo dejará de existir el progreso, y -lo que es más grave- la Tierra será un cementerio.

La hispanibundia – Mauricio Wiesenthal


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Libros quemados en 2022 (I)

diciembre 31, 2022 1 comentario
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Hoy en mitad de la noche

Fotografía de Jaime Moraleda

Hoy en mitad de la noche
se ha despertado la niña.
La he tomado entre mis brazos,
tratando estoy de dormirla.
Mientras tanto voy pensando
en otra cosa distinta;
la mente va hacia una casa
que se aleja de mi vida.

Es una casa muy grande,
mucho recuerdo ha guardado.
Si cierro fuerte los ojos
veo cosas del pasado:
estoy allí de repente,
mi abuelo me está enseñando
cómo se pela una fruta,
cómo hacer sopas de ajo,
cómo cepillar madera,
cómo fabricar un carro,
cómo se afila un cuchillo,
cómo se pinta otro cuadro.

Vuelo al salón con mi mente,
hasta el sofá estoy llegando
y veo a la Yaya tumbada
mirando Doctor Zhivago.
Años atrás le habría dicho
con Nazaret de la mano:
¡danos, Yaya, un beso grande
que nos lo hemos ganado!
Y años después otra cosa
decirle, Yaya, podría:
Cuenta conmigo mañana
que me apunto a la comida,
ponme las setas de siempre,
la costrada es cosa mía.

Es una casa muy grande
o eso a mí me parecía
cuando siendo tan pequeño
sus pasillos recorría.
Tiene un salón gigantesco.
¡Cómo de grande será
si caben cien cumpleaños,
mil visitas, Navidad,
los mejores campanadas
que nunca podré soñar!
[Salimos a la terraza:
el cielo está iluminado
de fuegos artificiales
uno tras otro estallando]

Tiene un pasillo muy largo;
hacia el fondo, a la derecha,
hay un taller de artesano,
huele a serrín y a madera.
Y hay otro cuarto allí al lado
y en el centro hay una mesa:
Píntame aquí un futbolista,
dibújame una princesa.
Desde la pared os mira
un niño sin camiseta.

Y entonces me pongo triste,
recuerdo lo que ha pasado,
la casa ya no es la misma,
la casa se ha vaciado.
Pronto no iré más a verla.
Me tengo que ir olvidando
de bajar los siete pisos
junto a Javier de la mano.

No son buenos, cuando llegan,
estos negros pensamientos,
¿nos queda grande la casa,
nos queda grande el ejemplo?
Me hubiera gustado ser
otro más digno heredero
Ciertas noches el silencio
hiere y yo por dentro temo
no haber estado a la altura,
no haber tomado el relevo.

¿De qué tristes pensamientos
estás intentando hablar?
Sufro por todas las piedras
que no he sabido enterrar
y por ese último abrigo
que nunca podré llevar.
Por no haber llamado antes,
por haber llegado tarde,
por no haber ido ese día
a la salida de misa
a acompañar al abuelo
hacia su último vuelo.

Lanza un suspiro la niña
que rasga dulce el silencio;
a punto está de caer
en brazos del dios Morfeo.
Ahora mismo hacia la cuna
te lleva papá, mi cielo,
duerme tranquila, mi vida,
será tan sólo un momento.

Tengo que estar a la altura.
Tengo que ser un buen nieto.
Tengo que pensar en algo,
algo que salga de adentro,
algo que conjure y venza
al temor y al sufrimiento.
¿Y si encarcelo ese miedo
con los barrotes del verso?

Podría tejer un poema,
podría encontrar las palabras,
podría ordenar a mi antojo
los recuerdos en la casa,
mezclar edades y escenas,
como en sueños visitarla,
imaginar que están vivos
los abuelos y nos hablan.
Y así escribir, por ejemplo,
que voy contigo a la casa,
subimos los siete pisos,
tras la puerta acorazada
ya está el abuelo diciendo
pasa, Carmencita, pasa,
voy a enseñarte un besugo,
dibujaremos un mapa,
repasaremos las cuentas
calculando con naranjas.
Mientras el atardecer
se ve desde mi terraza
te contaré un viejo cuento,
si la mente no me falla:
Dijole el trigo al centeno:
cañas vanas, cañas vanas.
Al ajedrez jugaremos
y, antes de irte, la Yaya,
se acercará hasta el cajón,
y volverá con la paga.

Y de repente en la noche
ya solo queda el silencio.
La niña sonríe dormida
con el más plácido sueño.
Yo siento como respira
y ya me pongo contento.
Después la dejo en la cuna,
le doy un beso y me duermo.

Categorías: Nosotros, Poesía

Libros quemados en 2021 (II)

Cierto tipo de conformismo patológico invadió una vez esta tierra, igual que muchas otras similares, y no hizo prisioneros.
Hay quien dice que somos nosotros así, pusilánimes, que es nuestro carácter.
Otros opinan que no hay razones para quejarse, así que en verdad somos muy sabios. Para qué alterarse.
El bisabuelo Agustín pensaba que cómo íbamos a ser de otra forma si habían matado a todos los valientes, a todos ¡a todos! Y que nosotros éramos hijos de viudas asustadas, de cobardes que se habían humillado día tras día durante cuarenta años o, aún peor, de chivatos pelotilleros que habían colaborado con señoritos, civiles y autoridades.
Y se echaba una copa de vino. Y otra. Y una más.

El zascandil Pedro Lopeh

No está claro por qué o para qué escribo estas páginas. Para calmar los nervios. Para leerme más adelante, mañana mismo o dentro de diez años. Para que no solo queden fotos mías, sino también algo de lo que pensé. Para que persistan en una balda de la biblioteca de Toni Etxea, por si a alguien le interesa algún día lejano echarles un vistazo. Para enseñárselas a algunos amigos. Porque me entretiene mucho hacerlo. Porque es como un gran tren de juguete que me he montado en este cuarto, al que voy añadiendo piezas. Porque un día miré para atrás y vi que no me acordaba de nada y desde entonces decidí guardar algo, como quien acumula monedas en una hucha.

Diarios (2004-2007) Iñaki Uriarte

There’s a secret that real writers know that wannabe writers don’t, and the secret is this: It’s not the writing part that’s hard. What’s hard is sitting down to write.

The War of Art – Steven Pressfield

Con mi abuelo, el escritor Antonio Gordillo, unos meses antes de su fallecimiento

Ahora falla la universidad, pero sobre todo fallan los padres, que son subnormales, en vez de decir «hijo, tienes que solucionar el aburrimiento tú mismo, no puedo estar ahorrando para llevarte a Port Aventura este año y a Disneylandia el siguiente, tú vive tu vida y déjame a mí vivir la mía, y así progresa la humanidad. Si resulta que voy a vivir para ti, significa condenarte a que tú no vivas para ti, sino que vivas para tus hijos, y que ruede la bola del sacrificio estéril». No es esto el ser humano. Es una forma lamentable de emplear la vida. Cada individuo está obligado a ser el que es. No a través de descendientes sino de él mismo.

Los penúltimos días de Escohotado Ricardo F. Colmenero

El salón se ha cubierto de humareda, con un ácido, casi asfixiante olor a Cohiba, que se espesa en torno a la mesa. El humo recorta las espaldas de los cinco amigos, sentados y fumando, mientras que, algo más allá, Noelia baila. No es una mujer bailando. Es una alegoría, el símbolo del tiempo perdido. Pero qué hermoso es asomarse a ese tiempo, como quien regresa de la playa de la infancia. Y poder hundir la mano en el agua, sintiendo su frescura. Como el olor a suave menta de las primeras mañanas de marzo, cuando la naturaleza juega a volver a empezar.

Amigos para siempre Daniel Ruiz García

Y en ese momento, mientras esperaba en la cola para sacar mi billete, yo sentía que formaba parte del paisaje del vetusto hangar boloñés, cumplidos ya más de setenta años de edad y envuelto en una sensación de fatiga existencial, tanto en el cuerpo como en el alma. La idea de que éste sería uno de mis últimos viajes libres, de esos en los que tomaba mi mochila, echaba dentro unas pocas cosas y me iba de España sin preocuparme en exceso por lo que dejaba atrás, despertaba en mi ánimo una corriente de melancolía. Los números no engañan y era consciente de que la vida se me iba escapando. Pero también de que el hecho de deambular por el mundo, cuando emprendes la marcha en solitario y guiado por alguna suerte de pasión, te hace recuperar un aroma de la juventud perdida.

Suite Italiana Javier Reverte


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Libros quemados en 2020 (II)

Libros quemados en 2019 (II)

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Libros quemados en 2013 (II)

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Categorías: Libros

Libros quemados en 2021 (I)

diciembre 31, 2021 2 comentarios
Categorías: Libros, Nosotros

Tu mano y la mía

De tu padre que siempre te querrá, a 24 de septiembre del 2021. A dos años de conocerte:

Perdí vuelos viajando por países desconocidos hasta encontrarte, perdí noches de insomnio hasta imaginarte, pierdo madrugadas de descanso para tranquilizarte. Y es que Leonardo, me pierdo todo el tiempo con tu sonrisa que me lleva a paisajes andinos. No sé cómo agradecerte pero hiciste de dos chispas una obra de arte. 

En mi vida y quizás sin saberlo en la de otros fue tu presencia un punto y aparte. Imposible desde que nos conocimos no amarte, imposible no creer en la magia, imposible que no me entre nostalgia, imposible mientras ríes no fotografiarte, imposible no verme en el espejo al observarte, mil besos son los que te daría en ese instante, y es que es tan fácil abrir mi corazón hasta abrazarte.  

Eres en mi vida el mejor verso, mi universo, mi arquitecto; eres mi infancia y mi juventud, mi pasado y mi presente, mi inicio y quizás mi final; amigo, ojalá el de mis enemigos, ¿quién sabe lo que el destino nos deparará?, ¿quién sabe si tu mundo y el mío provienen del mismo lugar?, ¿quién sabe si contigo conversar será escuchar a un hombre genial? 

Que el mundo es algo vacío sin ti, tú mano y la mía están unidas por el árbol de la vida, ¿cuantos caminos te llevarán a comprender que todos tienen el mismo destino?, ¿quién puede negar que eres un milagro divino?

Indice de poesías del Dudas.

Amarillo

Fotografía y poesía Carlos Fdez. Alias Grouchoo. Otoño 2021.

Los colegios comienzan,

niños y versos

aprobados y suspensos.

Bendita infancia

benditos recuerdos,

amarillos los sentimientos

Miedos y deseos:

salir de mis puños

salir de mi infancia

salir de mis adentros

convertidos en remolinos de viento.

El frío de las mañanas,

dejan empañadas las ventanas,

aun tengo legañas,

no se me quitan las migrañas

desbocadas entrañas.

El otoño tiene sus «hojas de hierva»

hojas que mece el viento,

viento que mueve el universo,

danzan los árboles en el corazón de mis versos.

Vivo en un parque de Nogales,

vivo encima de un campo de trigales,

maravillosos laberintos

doblados árboles frutales.

Indice de poesías del Dudas.

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Fantasmas de pelo moreno

Nacer en sangre, tropezar con un amor imposible, tirar piedras a esa botella de vidrio que nunca rompiste, llenarse de valor cuando todos callan y susurran al oído, correr descalzo por la Gran Vía mientras nieva, saltar en el último momento al Sol desnudo, dormir la siesta en una bala de heno del pueblo de tus abuelos, nadar de noche en una playa perdida de Cádiz mientras te desnudas entre corales, ver una estrella fugaz subido a tu primer coche, esculpir a Venus de Milo mientras recorres lindas praderas de noche, acariciar los dedos diminutos de una nueva vida,  desengañarse por creer en los hombres y no en los fantasmas, subir en escalera a la luna, buscar oxígeno mientras corres por los campos de Castilla, montar en globo en Lorraine Mondial Air Ballons mientras lees un libro de Julio Verne, volver a sentir la vida mientras gritas, aprender a levantarse mientras suena la campana del último round, pasar de un lado al otro en el arco iris de tus iris, sonreír al niño despeinado que juega en el basurero de la Cañada Real con un espejo, acariciar a un perro apaleado de Jipijapa, llorar de alegría por un trabajo bien hecho, regatear la mala suerte y marcarle un gol saliendo desde el medio de campo, besar unas manos llenas de heridas de trabajar, navegar en un mar desconocido, abrazarse con mis enemigos en la sede de Naciones Unidas, amar sin nada a cambio, amar porque uno se siente libre, amar aun en llamas, amar con las cadenas puestas, amar enfermo, amar para dar otra vida, amar sin orillas, amar para dar otro pase a lo amado, amar mientras contemplas recuerdos llenos de metralla y apasionadas vidas, amar hasta que mueres porque quizás revivas en Normandia.

Morir físicamente, visualizar en el último suspiro a tu madre llamándote desde el balcón, golpear con los puños el espacio entre mi cuerpo, la madera y la tierra; salir de la tierra como salen las flores al espacio, transformar en oxígeno los versos que escribiste de adolescente, dar las llaves a un preso para que decida su libertad determinada, pescar esos sueños que mueren olvidados en la otra orilla del Mar Menor, pintar estrellas de Van Gogh mientras observas el anochecer en la azotea del edificio de tu barrio, recuperar el Espíritu del vino a través de la unión con la línea de tus manos, buscar el motor de tu corazón mientras conduces un yate a gran velocidad por los canales de Venecia tomando un vino tinto, leer la Historia Interminable para atrás para acorralar al destino, saltar al horizonte de la vida mientras otros se esconden para cruzar sus miedos, hacer una guerra de palabras para rescatarlas del salvavidas de tus labios, buscar a Cervantes entre las cárceles mugrientas de Argelia, convertirnos en una parra en un patio del Pueblo Vallecas, llorar porque la justicia está ciega de poder, tomar la tierra como una parte de nuestro destino, morir en una mina de Almaden para renacer entre llantos, bailar desnudo en mitad de la lluvia, brotar hasta convencer a Júpiter que nos convierta en sus aliados. Vender tu alma a un fantasma para estar vivo porque morí en una época de pandemia allá en 2020 en el Principe de Asturias.

Desde entonces todas las noches bailo flamenco entre extraños y me disfrazo de un cuerpo de joven moreno en el Palacio de Gaviria, hacemos fiestas entre vinos y damos palmas con poetas suicidas y locos de pelo largo, hay noches que entre ruidos y epifanias resolvemos ecuaciones sobre el espacio-tiempo al revés. Otros días de luna llena, ayudamos a escapar de las cárceles a los más arrepentidos y pocas ocasiones cuando empiezan las procesiones rescatamos a algún muerto que no quiere morir de pena. Una vez viajamos durante una semana a Nueva York y robamos en el MoMA un cuadro de un pelirrojo que le falta una oreja. Por la mañana hacemos trucos con billetes inexistentes en la bolsa de Nueva York con un amigo que pinta muy retratos, dice llamarse Dalí mientras mueve su bigote y grita cosas raras sobre algo llamado Bitcoin. Alguno noche volamos por Madrid con unos amigos y entramos en el bar de la Biblioteca Nacional cerca de la Plaza Colón y nos pusimos a hablar con uno que salió de un libro, resulta que era un tal Don Quijote que iba montado en un caballo de nombre Rocinante, el buen hombre estaba cansado de estar encerrado, tuvimos miedo que fuera al Congreso de los Diputados, esa noche le convencimos que siguiera luchando contra el olvido.

Hay recuerdos que nunca olvidaré, por ejemplo, un día nevó en Madrid como nunca y empujé a una chavala llamada Filomena que corría descalza desde la Gran Vía hasta el estanco del Retiro decía desenterrar el pasado con historias reales como que morimos para ser mejores, que vivimos en un laberinto de ecuaciones. Lo que guardo con especial alegría fue cuando nos juntamos sesenta millones de almas para protestar en París una tarde lluviosa de 1947 conseguimos que Europa volviera a renacer de las llamas de la guerra. Otro pasaje que me sigue en el recuerdo con alegría fue cuando ayudé a renacer en sangre a ese bebe de pelo moreno y ojos redondos del Hospital Santa Cristina, fue un martes 27 octubre de 1981. Todavía no me creo como pudo fecundarse entre historias que se cruzaron por Alcalá de Henares pero fue lo que se dice «un milagro de la naturaleza» porque tiene mis ojos se parece a un tal Leonardo pero es de San Francisco de Quito no de Da Vinci.